martes, 4 de agosto de 2020

Capítulo 20








Jesús llega a la playa con desesperación. No sabe donde puede estar su amado y la extensión de terreno es amplia. Además de noche pero tiene que lograr. No podría estar tranquilo si no le pide perdón a Eugenio en ese mismo momento. Va arriba y abajo. Lo busca como loco. Los nervios lo carcomen.
--¡es imposible… no lo voy a encontrar¡
Eugenio se desespera. Se da por vencido. Cae en la arena. Da puñetazos en la arena maldiciendo su suerte. Está a punto de llorar. De pronto su corazón da un brinco. A lo lejos le parece ver a alguien sentado frente al mar. En la arena.
--¡es él… tiene que ser él¡
No se distingue nada pero Jesús tiene ya escalofríos. Un sexto sentido le dice que es su amado el que está ahí enfrente. Corre hacia él. A unos metros confirma que sí es él. Suspira y calmadamente camina hacia él y se sienta a su lado. Eugenio lo mira incrédulo.
--¿qué quieres? –le pregunta brusco.
Jesús lo mira pero Eugenio mantiene la mirada fija en el mar. Jesús habla con el corazón en un puño. Suplica. 
--Soy consciente que no tengo derecho a pedirte nada pero te suplico que me escuches. Es muy duro lo que tengo que decirte y aunque me odies te mereces que te pida perdón.
Eugenio mira a Jesús impactado. Jesús agacha la mirada. Siente demasiada vergüenza como para mirar a los ojos. Eugenio está inquieto.
--Ahora sé que tú no violaste a mi sobrino y por eso estoy aquí para pedirte perdón por mi vida, para arrodillarme ante ti, para humillarme ante ti.
Jesús se siente emocionado pero a la vez está muy herido. No dice nada pero mira a Jesús con una amarga tristeza como diciéndole te lo dije pero quien borra el dolor que yo he pasado. Eugenio no dice nada y Jesús sigue hablando muy angustiado. Mil veces le suplica perdón por no haber creído en él.
--No sé porque Benito no me aclaró nunca las cosas, supongo que estaría demasiado en shock pero yo ahora el mismo dolor que sentía cuando pensé que tú habías violado a mi sobrino, lo siento por lo injusto que he sido contigo.
Eugenio se levanta. Mira hacia el mar. Resopla. Unas lágrimas recorren sus mejillas. Es demasiado el daño que ha sufrido como para olvidar por un simple perdón. Jesús sabe que no puede echar el tiempo atrás, que pedir que todo sea como antes es imposible pero cree que Eugenio se merece ese reparación. Se arrodilla ante él con los brazos estirados. Le quiere demostrar que no le importa humillarse para demostrar lo arrepentido que está.
--haré lo que tú me pidas.
Eugenio mira al mar. No hace caso al gesto de Jesús que acaba levantándose triste. Eugenio habla desde lo más profundo de su ser, saca el dolor que lleva dentro.
--Yo puedo ser todo lo canalla y miserable que tú quieras pero jamás violaría a nadie.
Jesús se pone frente a él. Desesperado.
--¡¡lo sé, eres muy buena persona yo…¡
Eugenio no le deja seguir hablando. Su tono es tranquilo pero se nota herido.
--Lo que más me dolió es que no creyeras en mí. Si me hubieras amado tanto como siempre decías me habrías apoyado pasara lo que pasara –le reclama con la voz adolorida.
--De eso sí no puedes dudar, yo te amo más que a mi vida pero ¿tú sabes el daño que le hicieron a mi sobrino? –Jesús angustiado.
Eugenio se encoje de hombros y con un hilo de voz susurra:
--pero yo no tuve la culpa.  Yo sólo quería ayudar.
Jesús siente el dolor tan intenso de Eugenio y rompe a llorar. Entre sollozos le pide perdón una vez más. 
--Te juro por mi vida que estoy muy arrepentido por haber estropeado lo más bonito que me ha pasado en la vida, ojalá pudiera volver hacia atrás.
Eugenio se muestra decaído. Se nota que ha vivido semanas hundido en la angustia.
--No se puede volver atrás. El daño ya está hecho y ha sido enorme.
--Me siento culpable –dice Jesús con el corazón destrozado—por lo que he hecho, por manchar tu nombre injustamente. Haré lo que sea reparar mi falta. Estoy dispuesto a arrodillarme ante ti delante de todo el mundo y pedirte perdón. Haré lo que sea que te haga sentir mejor a ti.
--Ya es demasiado tarde, es mejor que dejes las cosas como están.
Ve tanto dolor en sus ojos que Jesús lo pasa francamente mal. Se da cuenta que su amado ha vivido un infierno por su culpa e innecesariamente. Los dos están deshechos. Jesús roza suavemente la mano de Eugenio y sus miradas se acarician mutuamente. Jesús está roto por el dolor. Ama a ese hombre y ya no le pertenece. Además le ha hecho mucho daño. La ternura está renaciendo en Eugenio, es por eso que Jesús se anima a acariciarle dulcemente la mejilla. 
--te he hecho tanto daño que me faltará vida para pagarlo. Me merezco lo peor, me merezco mi soledad, una vida amarga al lado de un hombre que no amo porque no supe cuidar al amor de mi vida.
Una pequeñísima y afectuosa sonrisa se dibuja en el rostro de Eugenio. La mirada transparente de Jesús se apodera del otro. Suavemente le pone la mano en la boca para que no siga. Jesús se derrumba y llora en los brazos de su amado que lo acaricia tiernamente y conmovido.
--te amo y haberte perdido –balbucea entre sollozos—es lo peor que me ha pasado en la vida, es mi peor castigo. Sé que ya no tengo derecho a ser feliz pero daría mi vida por poder volver a vivir ni que fuera un minuto de amor a tu lado. No soporto haber llenado de dolor tanto amor como sentimos. Nunca podré ser feliz con nadie y esa será mi penitencia.
Eugenio resopla y muy dulce:
--Yo no sé si pueda sentir lo mismo ya, si se pueda rescatar lo que vivimos. ¿Volverías conmigo aunque yo no te pudiera prometer nada?
Sin dudarlo, Jesús le dice:
--Pondría mi vida en tus manos. Sé que nunca me harías daño.

Eugenio protege a Jesús con sus brazos . Es muy cariño con él. Sus cuerpos unidos de nuevo. Se estremecen al estar pegados. Tienen escalofríos por todo el cuerpo. Se miran con intensidad. Sus labios se desean, se necesitan y se funden en un ardiente beso. Jesús está feliz.
--¿en serio me perdonas lo tonto que he sido?
Eugenio le sonríe. Le guiña el ojo:
--Yo te acepto a mi lado pero no te prometo nada. No sé si te quiero como antes.
Eso le duele a Jesús:
--sé que me lo merezco y lo acepto todo lo que tú me propongas –le dice humildemente.
Eugenio se emociona.
--¿estás dispuesto a todo por mí?
Jesús ama a ese hombre. Se muestra sumiso, dispuesto a sufrir cualquier humillación con tal de estar con Eugenio. Esto llena de dicha el corazón del hombre que sonríe.
--¡te amo, cómo crees que no voy a amarte¡
Jesús sonríe feliz. Ve tanto amor en esos ojos que no entiendo cómo ha podido dudar de él. Ríen, se besan, se toquetean hasta lastimarse. Tienen que recuperar el tiempo perdido. Estar juntos de nuevo es un sueño para ellos. Aunque aún no está todo claro.
--¿y qué pasa con Carlos? –dice Eugenio con celos.
Jesús se la devuelve y le dice dolido:
--lo mismo que con tu amigo el moro.
Eugenio sonríe. De pronto Jesús comienza a correr.
--¡el que pierda es el pasivo¡
--¡no, eso ni loco que me matas como me metas ese palo¡ --dice Eugenio divertido.
Jesús se deja atrapar sin problemas. Lo que quiere es estar con ese hombre que siempre ha sido su sueño. Saltan y se besan junto a la orilla. Ríen, hablan, se besan, se susurran palabras de amor. Están solos en el mundo. No hay ni una sola alma más en la playa. Sólo ellos dos, su amor, la luna, las estrellas y el mar. Reina la paz y la felicidad. Caen sobre la arena, Eugenio cubre el cuerpo de Jesús. Las olas van acariciando los cuerpos de ambos. Se besan de una manera intensa durante largo rato. Luego Eugenio se levanta. Con mirada sensual le va ofreciendo un delicioso strip-tease a Jesús que tirado desde la arena lo mira excitado. Eugenio va lanzando la ropa un poco más allá de donde están para protegerla de las olas. Su cuerpo desnudo en la oscuridad de la noche pone muy cachondo a Jesús que echaba de menos a ese hombre, ese cuerpo. Totalmente desnudo se tira al agua. Jesús ya se ha levantado. En la orilla lo mira.
--¡vas a agarrar una pulmonía, loco¡ --le dice.
Entonces Eugenio sale como si de la más bella criatura marina se tratara.
--ven… báñate conmigo…
Jesús va haciendo que no.
--Hace frío.
Eugenio lo mira seductor y lo abraza.
--yo te calentaré –dice excitado.
Jesús se desnuda lentamente ante la mirada satisfecha de Eugenio. Va tirando la ropa junto a la del otro. Cuando ya tiene los calzoncillos en las manos, es el propio Eugenio quien se los arranca y los tira con la ropa. Los dos desnudos el uno frente al otro junto al mar. Abrazados se van besando mirándose enamorados mientras van metiéndose en el agua y el mar tapando sus cuerpos. Se besan, nadan, bucean, juegan a tirarse uno encima del otro como para ahogarlo… Salen totalmente helados pero se abrazan y su fuego interno les da calor. Caen sobre la arena. El sonido de las olas se confunde con sus gemidos cuando hacen el amor.










No hay comentarios:

Publicar un comentario