martes, 4 de agosto de 2020

Capítulo 12




Eugenio mira a Jesús con una dulce sonrisa y le dice:
--Más vale que me apoyes en esto porqué igual no te pienso dejar bajar.
No hay vuelta atrás. Con mucho gusto, Jesús se deja llevar por el amor que siente y se olvida de todo. La mirada enamorada de Eugenio lo deshace. Jesús ya no tiene dudas. Tiene que intentarlo, merece la pena. Ha amado a ese hombre toda la vida y no puede rechazarlo justo ahora que su sueño se está por cumplir. Se saca la alianza de la mano y la deja en la guantera. Su compromiso con Carlos está roto y se siente libre para amarlo a Eugenio. 
--Eres un loco divino por eso te amo tanto…
Eugenio lo mira de reojo. Sonríe con orgullo.
--¿me lo puedes repetir?
Jesús suspira.
--Te adoro, te amo. Te he amado toda mi vida.
Los dos están emocionados, enamorados, felices.
--Me encanta escuchar cuando me dices que me amas.
--A mí me gusta decírtelo y que no me rechaces.
Eugenio no pierde de vista la carretera pero va sonriendo mucho. 
--te juro que ahora lo que más quiero es que me ames
Eugenio no lo mira pero le guiña el ojo:
--te dejaré hacerme lo que quieras –dice Eugenio pícaro.
Jesús suspira enamorado. No tiene nada más que añadir más que un te amo que le repite una y mil veces. Son demasiados años callando, frustrándose y ahora al fin se siente libre. Eugenio a veces le interrumpe para decirle:
--te amo.
Y Jesús suspira. Se le sale alguna lágrima:
--nunca pensé que te oiría decirte esto--dice con la voz temblorosa.
Están en un semáforo. Entonces Eugenio aprovecha para acariciar muy dulce el rostro de su amado.
--te amo… te amo… --le va diciendo mientras lo besa en la frente, en los ojos, en la nariz, en los labios.
Se devoran ardientemente. Justo a mitad de camino se paran para hacer pis. Ahora sí los dos miran sin reparos. Están muy excitados. No se sacan ojos el uno al lado del otro con sus rabos entre las manos. No pierden detalle. Eugenio es el primero en salir. Le pellizca el trasero a Jesús.
--¡Mariquita el último¡ --dice divertido.
Y sale corriendo. Jesús no tarda en atraparlo y se abrazan y se besan frente al auto sin importarles nada. Aprovechan el descanso para estirar un poco las piernas y besarse y acariciarse como locos. Parecen una pareja de recién casados. Los dos se sienten como una nube. Entran en la casa de Nicolás. No tienen espera, se desean demasiado. Se miran embriagados.
--te amaré siempre… a ti, sólo a ti. Exclusivamente a ti --Eugenio.
--soy tuyo, todo tuyo.
--Tú eres mi dueño.
--y tú el mío.
Van hablando con dulzura. Hablan en un susurro con la voz rota por la emoción. Son palabras llenas de amor que se dedican mientras no dejan de acariciarse van metiendo sus manos por debajo de la ropa. Eugenio se aparta de Jesús. Lo mira con cara de pervertido mientras poco a poco se va desabrochando la camisa. Jesús tiene hambre, tiene hambre de él. Eugenio no deja que se acerque a él:
--No… aún no… no seas impaciente –le Eugenio dice cariñoso.








Jesús ha tenido tantas veces el cuerpo de su amado desnudo que no puede creer que al fin vaya a ser suyo. Además el paso de los años han mejorado ese cuerpazo. Eugenio se saca la camisa permitiendo a Jesús que se deleite con su fornido y hermoso pecho. Jesús jadea sólo de mirarlo. Eugenio se desbrocha el botón del pantalón. Jesús está deseando que se los quite y Eugenio lo sabe.
--No seas ansioso –le dice Eugenio divertido.
Se acerca a él y lo va magreando lentamente. Sus caricias lo hacen estremecer. El excitado rostro de Eugenio va descubriendo el cuerpo desnudo de Jesús. Eugenio está en jeans cuando Eugenio ya se ha quedado en bóxers. Con sus dedos y con su lengua, Eugenio va acariciando cada rincón del cuerpo de Jesús. Va frotando su cuerpo contra el sexo de Jesús que está ya en su punto culminante. Como un animal salvaje, Jesús se lanza contra él. Le acaricia el pecho con pasión. Le pellizca los pezones. Lo recorre con la lengua. Mordisquea los pezones, llega al ombligo… Con sus manos va toqueteando el gordo paquete de su amado. Le baja la cremallera y sin más le busca la verga. Se arrodilla para tragársela. Está hambriento, ansioso. Hace muchos años que estaba esperando poder hacerle una mamada a su atractivo amigo. Se la traga entera y se la come con desesperación. Con sus manos en la cabeza, Eugenio le regula los bruscos movimientos de Jesús. Sentir su dura verga en su boca, poder agarrarla, besarla, tocarla, recorrerla con su lengua, retorcer y mordisquear sus oscuros y gordos testículos (Eugenio se ha bajado los pantalones y los slips para facilitarle el trabajo a su amado) babearlos, y magrearlos es una experiencia única. Jesús se siente en el paraíso. El placer lo ha enloquecido totalmente. Eugenio jadea. Su verga suplica con una necesidad loca conocer las profundidades del cuerpo del otro y se saca de encima a su sediento amante. Con la ropa en los pies y no menos sediento, Eugenio se acaba de desnudar. Se quedan desnudos el uno frente al otro. Ambos maravillados por la belleza del cuerpo del otro. 
--eres poesía hecha hombre –jadea Jesús.
Eugenio le sonríe:
--Me has visto las bolas miles de veces –le dice cariñoso.
--Si pero ahora estás mejor y yo me moría por mamártela.
Eugenio lo mira pícaro:
--Y crees que yo no?
Jesús mira a su amigo perplejo. Nunca pensó que viviría para eso. Eugenio se pega a él. Sus dos vergas juntas. La de Jesús es casi el tiple de la de Eugenio. Éste agarra las dos con las dos manos y empieza a masturbarse él a la vez que masturba a Jesús. Luego se arrodilla y traga la gigantesca verga de Jesús aunque sólo le cabe la punta en la boca. Jesús le estira del pelo excitado. 
--espero que seas pasivo porque si me quieres meter esa bestia me vas a matar –jadea Eugenio en un momento que se ha sacado esa lanza de la boca.
--Yo soy lo que tú quieras –jadea Jesús.
Jesús necesita explotar y Eugenio quiere recibir esa explosión en toda su boca. Jesús contempla excitado y sorprendido como su amigo bebe de él y se lo traga.




Eugenio se levanta. Lo abraza. Jesús está temblando. 
--todo saldrá bien… no he amado a nadie como a ti… --jadea Eugenio con ternura mientras lo empuja hacia el sofá.
Jesús queda culo en pompa.
--eres el amor de mi jadea –jadea Jesús.
No puede decir nada más porque una dura lanza se clava en él haciéndolo retorcerse de gusto. Es una unión perfecta de cuerpos y jadeos. Jesús está disfrutando del sexo más que nunca. Es un momento que jamás pensó que viviría. Es su sueño hecho realidad. Le encanta sentir a Eugenio dentro de él, formando parte de su cuerpo. Lo siente tan adentro… Es una sensación fascinante para ambos. Viven ese su primer momento de sexo con intensidad. Ambos han acumulado tanto placer que se convierte en doloroso de tan dulce que es. Por toda la casa solo se escuchan los estridentes jadeos de ambos fruto de un gozo feroz. Son incansables. Eugenio aúlla al explotar dentro de Jesús. Mientras su esperma viaja por el interior del cuerpo de Jesús, Eugenio se deja caer al piso rendido. Jesús se tira al piso con él. Están reventados de tanto que han disfrutado. No son capaces de decir nada, sólo se miran con una dicha absoluta. Descansan un rato, luego los dos desnudos y tomados de la mano suben hasta la habitación principal. Ahi saborean el deseo cuerpo del otro una vez más. Se aman con tranquilidad pero con más ansias de la primera vez. En esta ocasión en la cama. Primero los dos lamen a la vez la verga del otro para ponerse a tono, luego de nuevo se unen en un solo cuerpo. Sienten que han perdido demasiados años y tienen que recuperarlo. Reposan tumbados el uno en brazos del otro devorados por el placer. Están felices pero hay algo de temor en los ojos de Eugenio.
--dime que no vas a escapar de mí.
Jesús le sonríe. Lo besa enamorado.
--Te he amado toda mi vida y te amaré hasta que me muera.
Eugenio lo escucha satisfecho. Apenas les quedan fuerzas para hablar. Jesús apoya su cabeza en el torso de Eugenio.
--ojalá esto sea así siempre --Jesús.
--Por mí sí. Te juro que es lo que más quiero.
Jesús se aferra a ese torso:
--Y yo. Y yo.
Los dos se hablan con mucho amor, con muchas ganas que sea para siempre. Jesús no tarda en quedarse dormido mientras Eugenio le va acariciando delicadamente la cabeza.











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