lunes, 3 de agosto de 2020

Capitulo 8







Eugenio mira muy serio a Jesús. Éste no piensa nada y lo abraza roto por el dolor. Rompe a llorar. Son lágrimas de amargura que le nacen de lo más profundo de su ser. Ama a ese hombre pero se siente demasiado comprometido con Carlos como para poder lanzarse libremente a los brazos del otro. Eugenio lo consuela dulcemente a la vez que lo mira confuso y emocionado. Le toma de la mano y bajan al jardín. El aire lo tranquiliza a Jesús.
--¿te encuentras mejor? –le pregunta con ternura.
Jesús se siente arrepentido por haberse mostrado débil pero le gusta demasiado estar con él como para huir de él.
--¿porqué llorabas?¿no eres feliz con Carlos?
Jesús se anima a ser sincero con él mismo y con Eugenio.
--No.
--¿porqué? –le pregunta Eugenio con una voz muy melosa que le llega a Jesús muy a dentro.
No contesta y Eugenio insiste.
--¿es por mí?
Eugenio se muestra tranquilo pero es una conversación decisiva para los dos. Jesús se siente descubierto y de nuevo el silencio es su respuesta. Jesús lo mira con profundidad y Eugenio también. La expresión de los ojos de Eugenio cala en Jesús. En los ojos de ambos hay amor, también miedo pero los dos desean estar juntos. Sienten una magia especial que los rodea cuando se funden el uno en el otro. Sus labios se unen con pasión y empuje. 
--wow, fue el beso de mi vida –responde Eugenio extasiado al separarse.
--Este es el momento más feliz de mi vida –jadea Jesús.
La pareja se siente feliz. Sus ojos brillan. Eugenio es un hombre feliz. Jesús es todo una confusión de dolor y felicidad. Está besando al amor de su vida pero en cambio su pareja está durmiendo a pocos metros. Eugenio hace intención de hablar pero Jesús no lo besa. Le da otro beso más suave pero igualmente intenso. Es un beso mezclado con lágrimas. Jesús alza su mano con la alianza que lo compromete con Carlos y con una voz herida que le sale del alma le susurra.
--ha sido hermoso, el momento más hermoso de mi vida pero irreal. No puede haber nada entre nosotros.
--Jesús –susurra Eugenio con voz de miel.
De nuevo Jesús no lo deja seguir. 
--Este anillo es el que me compromete a Carlos de por vida.
Eugenio se muestra desesperado:
--¡¡nos hemos besado por primera vez y ahora no me puedes salir con esto¡ ¡no te ata nada con Carlos¡
--Me ama y eso para mí es importante. Nadie más me amó.
Es una voz amarga la de Jesús pero firme. Eugenio está dispuesto a luchar por lo que está sintiendo.
--¿¿y crees que yo no siento nada? ¿¿estás seguro que yo no puedo amarte?
Jesús ha pasado años soñando con ese momento, no puede creer que esté pasando.
--¿tú me amas?
Eugenio no se quiere precipitar:
--Lo que estoy sintiendo jamás lo sentí y me gustaría que me dieras la oportunidad.
Jesús está conmovido pero no le parece que sea sensato dejar a Carlos por una relación incierta con Eugenio. Acaricia a su amado con ternura:
--No puedo fiarme de ti, no puedo olvidar que mi amiga estuvo apunto de hacerte padre y lo que pasó después.
A Eugenio le duelen mucho las palabras de Jesús.
--No me puedes hacer esto después del beso que nos hemos dado. No juegues conmigo de esta manera.
Son unas palabras llenas de dolor que se le clavan a Jesús en el corazón. Jesús quiere huir de él pero Eugenio la agarra de la mano. El cuerpo de Jesús está ardiendo. El calor del cuerpo de Eugenio penetra en Jesús y lo derrite. La mirada de Eugenio entra dentro de él. 
--¿cómo sé que si rompo mi relación con Carlos no vas a hacer conmigo lo mismo que has hecho con tantas dejarme la primera vez que cojamos?
--No me puedes juzgar por un error de juventud –le suplica Eugenio dulce.
--¡¡Raquel jamás podrá ser madre¡ ¿¿sabe tu amigo que por tu culpa no podrá ser padre de un hijo de Raquel?¡
Eugenio se lleva las manos a la cabeza.
--¡El pasado no se puede cambiar pero esto no tiene nada que ver con nosotros¡
Jesús lo ama, desea besarlo. Hacer el amor con él y en cambio se encuentra delante de él atacándolo. Está enamorado de él pero le gusta verlo como un gay que busca algo con él. Desearía que sus palabras fueran sinceros pero ¿y si no lo son? No quiere hacer daño a Carlos gratuitamente y siente que no se puede fiar de Eugenio.
--No –dice para sí—Carlos es el hombre con el que me toca compartir mi vida y me guste o no eso no va a cambiar. No puedo ser tan desagradecido. 
Entra en la casa. Antes lo mira y la triste mirada de Eugenio le parte el alma. Entra en el dormitorio y llora en silencio. Oye como Eugenio se encierra en el baño y se ducha. Bajo el agua descarga su dolor, su rabia. Da un puñetazo a la pared. Jesús hubiera querido entrar con él. Ducharse juntos. Dar rienda suelta a la pasión. Calla su dolor y sus ganas yaciendo al lado de su pareja. El recuerdo del fascinante momento vivido esa noche no lo deja dormir.






Para los demás comienza un nuevo día pero no para Eugenio ni Jesús que no han podido dormir en toda la noche. Jesús ama a ese hombre, ya no le quedan dudas de eso. No tiene sentido que se lo niegue. Lo ama pero le duele ese amor porque se siente comprometido con otro. Jesús desearía abrazar a Eugenio, gritar que lo ama pero quema sus labios en el silencio. A menudo la triste mirada de Eugenio busca la de Jesús que siempre lo esquiva. Para ambos es duro verse después del beso que los unió y hacer como si nada. Es especialmente duro para Eugenio ya que le atormentan los celos al ver a Jesús con Carlos. Siente que no lo ama lo suficiente y eso le duele. Está seguro que el Jesús que lo amó en el instituto se hubiera jugado por él y le sabe mal haber perdido a ese Jesús. Hay celos y tristeza en los ojos de Eugenio cuando Carlos besa o acaricia a Jesús. Luego llega la hora de la partida, todo son prisas y apenas lo ve cuando ya cada uno está en su respectivo auto. Jesús muy callado y pensativo al lado de Carlos que va manejando. Jesús se traga sus lágrimas. Siente que todo lo que ha vivido ha sido un sueño.
--¿Eugenio gay?¿me ama? –va pensando.
Se han besado, eso no lo ha soñado. Mira su alianza. 
--Carlos sí me ama.
Piensa en alguna vez que Carlos le ha comentado que se moriría si lo dejara y eso aumenta la angustia de Jesús. No, no se atreve a romper con él.
--Este amor que siente por Eugenio se tiene que morir antes que nadie se dé cuenta de su existencia.
Está decidido a olvidar a Eugenio pero siente escalofríos al recordar el sabor de los labios de Eugenio. Esos labios que ha deseado por años y que han sido motivo de frustración porque le estaba prohibidos. Ahora le siguen estando prohibidos pero no ya porque Eugenio no se lo permita sino porque los suyos pertenecen a otro. Le duele pero esa es su realidad y no quiere cambiarla. 


Dos días después, Eugenio y Jesús se encuentran en la calle cumpliendo con sus funciones laborales. Eugenio se queda parado. No sabe si debe acercarse o no. En esa ocasión a Jesús el corazón se le avanza al cerebro y lo llama. Eugenio lo mira emocionado y corre hacia él. Le sonríe. Jesús le sonríe amargamente. Lo ama pero se atreve a romper su vida actual pero en esos momentos no quiere pensar. Lo abraza. Necesita su consuelo por una vida al lado de un hombre al que no ama. No hay palabras. No hay razones. Se funden en un cálido beso de fuego. A Jesús le encantaría congelar ese momento. Eugenio no quiere soñar, vivir de recuerdos. Quiere luchar por lo que quiere. Aunque lo ama, Jesús no se atreve a confesárselo. Eugenio lo estrecha con fuerza contra su pecho y Jesús tiembla de emoción. Con voz amorosa Eugenio le susurra al odio:
--déjate amar, yo sé que te puedo hacer feliz. Ahora sí te puedo dar lo que no te quise dar entonces pero sé que no me has olvidas y que no eres feliz. Yo te puedo hacer muy feliz si me dejas…
Jesús cierra los ojos. No quiere pensar, sólo quiere vivir. Estar entre los brazos del hombre que ha amado toda su vida y que creía inalcanzable es algo mágico.
--Dame, danos una oportunidad –le suplica desesperado Eugenio.
Jesús lo vuelve a besar con amor y con pasión. Lo acaricia y se aparte de él.
--El recreo ha acabado yo tengo marido y no puedo lanzar a tus brazos como si fuera un adolescente alocado.
--No me hagas esto. No me mates de esta manera. No puedes dejarme y tomarme cuando quieras –le reclama Eugenio triste.
--No puedo lastimar a Carlos. No se lo merece.
--¿y a mí sí me puedes lastimar?¿yo sí me lo merezco? 
El de Eugenio es un reproche con dolor que aturde mucho a Jesús.



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